Transcurría
el año de 1967, cuando Marta y Pablo vivían junto a sus tres pequeñas hijas,
Isabel de 9, Laurita de 6 y Sofía de 4 años, en una casa alejada de toda
civilización. En ocasiones recibían visitas de algunos familiares, quienes se
iban muy de prisa del lugar, incluso con un poco de miedo, el cual podía verse
a través de sus miradas. La pareja se sentía un poco triste por las
circunstancias, pues sabían muy bien lo que provocaba dicha huida o incluso la
abstinencia de mucho de ir a visitarlos.
La pequeña
casa tenía tres habitaciones, una pequeña sala de estar, al fondo una oscura
cocina, que lejos de ser cálida, siempre se mantenía helada. En la cocina
estaba ubicaba una vieja puerta de madera, la cual daba a un amplio jardín,
pero ese lugar no era como otros, no tenía flores ni colores, los árboles
muertos y la tierra seca hacían del espacio algo espeluznante. Marta junto a
las niñas, intentó muchas veces y con mucha ilusión, sembrar y darle vida al
jardín, pero todo era en vano, ya que tras los intentos siempre aparecía la
tierra, semillas y plantas esparcidas por todos lados, como si el mismísimo
lugar se negará a tener vida alguna.
Los días en
aquella casa eran lúgubres, aun así las niñas y la pareja trataban de que todo
fuera diferente. Un día, pasaron por allí unos amigos de Pablo, quienes se
disponían hacer cacería nocturna en una montaña cercana, por lo que decidieron
invitar a su amigo, quien además conocía muy bien el lugar, éste aceptó, pues
vio una gran oportunidad de cazar algunos animales para el sustento de su
familia. Llegada la tarde, el grupo de hombres se despidió de Marta y las
niñas, y fueron a emprender su viaje
Tras la cena
Marta y las niñas se asearon, Isabel ayudó a su madre a vestir y peinar a sus
hermanas. Una vez listas, se dispusieron hacer algunas oraciones y luego se
acostaron a dormir juntas en la habitación principal, donde se quedaron
dormidas inmediatamente.
Mientras
dormían, Marta se despertó bruscamente, luego de escuchar el estridente crujido
de la puerta de la cocina. Ante esto, la mujer no pudo evitar sentir un poco de
miedo, sin embargo quiso pensar que había sido el viento y decidió acostarse
nuevamente. Su intento de dormir fue en vano, pues esta vez el sonido de
algunas aves la hizo levantarse de la cama, y con ella Isabel, quien también
había escuchado todo.
Ambas
atentas, decidieron ver por una pequeña ventana que estaba en lo alto de la
pared, en ese momento vieron cerca de un árbol, algo muy extraño, Marta le
pidió a Isabel que prendiera una lámpara, a lo que la niña obedeció
rápidamente, pero no logró su cometido, pues no encontró las cerillas.
Marta volteó
nuevamente a la ventana, fue entonces cuando se vio cara a cara con aquel
horrible y cadavérico esperpento que en un instante la hizo caer en estado
catatónico.